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MERCEDES LÓPEZ REDONDO

EL JAZZ EN EL CINE

Jazz y cine o cine y jazz, tanta monta monta tanto, han sido protagonistas de una difícil historia de amor. El primer encuentro se remonta a 1927 con “The jazz Singer”, primera película sonora de la historia del cine, dirigida por Alan Crosland, actor de teatro y director de cine, aunque si hay que ser honestos ni fue la primera cinta sonora, ni tampoco el primer encuentro entre el Jazz y el séptimo arte.

Previos al cantor de Jazz ya existían varios cortometrajes sonoros, y tampoco tuvo el honor de ser la primera película cien por cien sonora, tal privilegio corresponde a “The light of New York”, película del año 1928 dirigida por Bryan Foy que destaca por ser el primer largometraje con un 100% de diálogos sonoros en la historia del cine. La película en sí no destaca por tener un gran interés artístico, sino el meramente histórico como hito tecnológico.

De igual manera la película de Alan Crosland no puede considerarse como la primera colaboración de ambas artes. Los caminos del Jazz y del cine se han cruzado a lo largo de toda su historia desde el comienzo mismo de sus vidas. Al final de la década de los años diez del siglo XX, recién nacidas ambas disciplinas, el jazz se utilizaba ya como música de acompañamiento en las salas de proyección; en ellas tocaron algunos de los mejores músicos del momento, Scott Joplin, Count Basie o el mismísimo Louis Armstrong, compaginando su carrera profesional entre clubs de jazz con las salas de cines. Pero a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar fue la primera película que propulsó la implantación del sonido gracias a su enorme éxito.

 

Aparte del sonido la película tiene como aliciente ofrecer varias interpretaciones musicales del que era la más grande estrella de Broadway del momento Al Jhonson, de esta manera el personaje de músico de Jazz alcanza su mayor justificación con el cine sonoro, abriendo las puertas a una de las figuras más arquetípicas de la cinematografía americana.

 

Al Jolson canta en ella varios temas «Mammy», «Toot, toot, tootsie, goodbye», «Dirty hands, dirty face», «Blue Skies», «Mother, I still have you», etc… convirtiéndose en una estrella del séptimo arte.

 


A esta película siguieron otras muchas que también tenían como eje central la música Jazz, pero a las que también se sumó el blues y la música de baile, entre las que destacamos Hallelujah (King Vidor, 1929) o King of Jazz (John Murray Anderson, 1930), por lo que el cine musical se convirtió en el género predominante del cine sonoro.

 


Mención aparte merecen los dibujos animados y la todopoderosa Disney. El personaje de músico Jazz también se dejaba ver en las piezas que realizaban los dibujantes de Walt Disney o los hermanos Fleischer. Cómo olvidar las Silly Simphonies, donde destacan Music Land (Wilfred Jackson, 1935) y Woodland café (Wilfred Jackson, 1937) que eran todo un homenaje al Cotton Club de Duke Ellingthon.

Todas estas sinfonías tontas van a ser las primeras que reflejen uno de los primeros conflictos, el existente entre el Jazz y la música clásica.

 


Pero si algo ha quedado en nuestras retinas es Betty Boop, uno de los grandes iconos del siglo XX. En el primer cortometraje de la más famosa vamp del mundo aparece el swing, estilo de jazz que se origina a finales de los años 20 en Estados Unidos y que aportó diversas novedades: polirritmia, sucesión de ritmos diferentes, una mayor libertad de instrumentos, pero sobretodo, no ser simplemente un tipo de música, sino una forma de tocar que lleva a los que la escuchan a bailar.

 

En cualquier caso, en los años treinta y cuarenta el cine de los estudios sólo utilizaba el jazz de manera muy accesoria, la música seguía refugiándose en los clubes y emisoras de radio desde donde se difundía a todos los rincones de Estados Unidos. 

 

 

¿Qué era lo habitual en esta época? ¿Se podía hablar de una auténtica música negra? La relación entre el Jazz y el cine era una relación más bien interesada, que de verdadera colaboración. Los musicales tenían un perfil más cercano a las canciones del musical de Broadway que al Jazz, y aunque aparecieran algunos elementos estilísticos de la música negra, siempre eran limados al gusto del espectador blanco -como dice Joan Pons en su libro “El cine musical USA” (2015)-.

 

 

Lo normal eran las colaboraciones esporádicas de las estrellas del Jazz en comedias coloristas o películas de gánsteres. Fruto de esa colaboración surgió el mejor musical negro de la historia de cine “Stormy Weather” (Stone, 1943), con Fast Waller, Lena Horne y Cab Callaway.

 


La película se basa en la vida del bailarín Bill “Bonjangles” Robinson, que, junto a su hermano también bailarín de claqué, participó en la película. De esta película destacaría a la gran Lena Horne. Le tocó vivir una época intermedia, la transición entre el jazz como mero divertimento para blancos y el jazz como arte de masas. Sus comienzos fueron como animadora de las noches gansteriles del Cotton Club de Harlem y en orquestas de Jazz para blancos (Charlie Barnet y Artie Shaw). Su voz suave y aterciopelada y su tono de piel “café con leche” que le valdría el sobrenombre de “Hedy Lamarr café con leche”, permitieron su salto a Broadway. Su canción insignia “Stormy Weather (1941), todo un clásico del Jazz, fue el antecedente al rodaje de la película homónima.

 


Tras la II Guerra Mundial los caminos del Jazz y del cine se bifurcan, si es que alguna vez fueron en paralelo. Hollywood, tras sus años dorados inicia su declive mientras que el Jazz entraba en una gloriosa renovación, iniciándose como arte autónomo alejado de los canales del entretenimiento. 


El swing había sido exprimido hasta la saciedad, se repetían las mismas formas musicales a pesar de los esfuerzos en buscar un nuevo sonido. Fue en 1940 en Harlem, como no, donde un club en la calle 118 llamado Minton's Playhouse regentado por un tal Teddy Hill, el que tuvo la genialidad de abrir a horas intempestivas consiguiendo reunir noche tras noche a músicos de jazz de la ciudad que liberados de las normas de sus respectivas bandas tocaban interminables “jam sessions”. El resultado es un sonido nuevo: temas disonantes con melodías llenas de saltos bruscos y un concepto totalmente distinto de la estética melódica. En una palabra, Bebop.


Entre estos músicos se encontraban Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Thelonious Monk, Charlie Christian, Bud Powell o Kenny Clarke.
Cuando a Charlie Parker le preguntaron por el significado de Bebop dijo que se les había ocurrido porque aquella palabra sonaba igual que la porra de un policía en el cráneo de un negro. Ironías aparte lo importante es que se sentaron las bases del Jazz moderno.


Estos nuevos aires fueron recogidos por algunos directores de cine. Franz Waxman, Alex North o Elmer Bemstein incluyeron el jazz en la banda sonora de películas como “La ventana indiscreta” o “Un tranvia llamado deseo”. Es precisamente la banda sonora de “Un tranvía llamado deseo” (Elia Kazan, 1951) donde aparece la primera partitura que introduce el Jazz en la música del cine.


Alex North nació en Pensilvania en 1910, desde su adolescencia se aficionó al jazz siendo un gran seguidor de Duke Ellington, su formación musical se completó en Rusia por lo que sus influencias abarcaban tanto a Ellington como Prokofiev. Cuando regresó a su país compuso diversas piezas para el teatro y es allí donde conoce a Elia Kazan que le encarga la música de su montaje “Muerte de un viajante”. Cuando Kazan dio el salto a Hollywood se llevo consigo a Alex North debutando como compositor cinematográfico con “Un tranvía llamado deseo”. Aún así North desmitificaba el carácter innovador de su partitura, para el compositor el jazz le servía para reflejar la atmósfera agobiante y asfixiante de Nueva Orleans lejos de la libertad de improvisación que tiene el auténtico jazz, aparte que no toda la partitura es jazz podemos encontrar piezas orquestales de corte más tradicional como las utilizadas para ilustrar la relación entre los personajes de Karl Maldem y Vivien Leigh.


Sea como fuera el jazz como elemento dramático y no meramente ambiental había entrado en la música del cine de la mano de Alex North.


¿Cuándo tiene el jazz su sitio en el cine? Florence (Jeanne Moreau), deambula por las calles de París, está llena de tristeza, mira hacia dentro de los bares, pero él, su amante, no está por ningún lado. La sordina de Miles Davis, acompaña sus pasos perdidos y acentúa la desesperación contínua de su rostro. Efectivamente esta maravillosa escena pertenece a “Ascensor para el cadalso”  (1958), la opera prima de Louis Malle, poseedora de una de las mejores banda sonoras de jazz de todos los tiempos, realizada de manera totalmente improvisada durante una única sesión de ocho horas de duración, Boris Vian dijo: “Los músicos – Miles Davis y el cuarteto de René Urtreger- totalmente relajados, veían pasar en la pantalla las principales escenas de la película, y situados así en el ambiente, se lanzaban a improvisar a medida que transcurría la proyección”.  Sobre el final, Vian, dice: “No hay duda de que el oyente, incluso privado de las imágenes, será sensible al clima hechizante y trágico creado por el gran músico negro…”.

 

 

 

 


El Jazz, pese a ser la música más importante de Estados Unidos en el siglo XX, tuvo que pasar por la ciudad de la luz para ser considerada como algo mas que una música de negros. Fue Europa quien primero dio su sitio a la música de jazz en el cine. La jazzmanía en Francia fue notable en la década del 50. Roger Vadim recurrió a la Modern Jazz para la banda sonora de “Saint-on Jamais” (1957), y dos años después vuelve Vadim pero con el gran pianista y fundador del bebop Theloniou Monk para “Las Relaciones Peligrosas” (1959), donde también participaba el pianista norteamericano Duke Jordan, y como actor secundario, Boris Vian, quien además de poeta y novelista, fue un músico de jazz. Por su parte, Edouard Molinaro para “Des femme disparaissent” (1959), hizo que su banda sonora fuera realizada por el quinteto Jazz Messengers con Art Blakey en la batería…etc, etc…lo importante, es que la industria cinematográfica en los años sesenta, acabó por asumir la música de jazz como un elemento consustancial en el cine, y que compositores procedentes del jazz como Mancini, Johnny Mandel, Lalo Shifrin, Quincy Jones o Dave Grusin, se profesionalizan en la composición de música para el cine.


Francia, en general, y en especial Paris, fueron una suerte de refugio para los músicos del Jazz. Los estadounidenses negros que llegaron a París antes de 1964 -cuando la Ley de Derechos Civiles abolió en su país las leyes de segregación-, se sorprendieron de la falta de normas discriminatorias en Francia. Esas leyes infames, que rigieron en muchos estados del Sur de Estados Unidos, restringían los derechos de los descendientes de los antiguos esclavos liberados tras la Guerra de Secesión (1861-1865) en materia de transporte, educación y vivienda, entre otros aspectos. En Paris, en cambio, los negros podían administrar clubes de jazz y concurrir con ellos al igual que los blancos, algo impensable en Estados Unidos.


El cine de los 60 - 70 no es ajeno a esa situación y encontramos películas como “París Blues” (1961) donde se habla abiertamente de la aceptación en París de la “gente negra”, cuando en Norteamérica son segregados. Los músicos afroamericanos que visitaban la ciudad luz estaban asombrados del cariño y amistad que recibían.

 

La banda sonora de París Blue fue de Duke Ellington. Louis Armstrong, y el pianista de jazz Aaron Bridgers, acompañan a las estrellas de la película: Paul Newman, en el papel de un trombonista y Sidney Poitier que toca el saxo en la banda musical.”

 


“El ocaso de una estrella” (Lady sings the blues-1972), dirigida por Sidney J. Furie, que trataba sobre la más famosa cantante de blues, Billie Holiday. La vida de Holiday fue dura, trágica, emocionante; nadie como ella podía cantar Strange Fruit, esa composición de protesta que habla de los negros asesinados, colgados de los árboles como si fueran frutas que después comen los animales. Había que tener coraje para cantarla, ella fue la primera estrella en hacerlo.  

 

Diane Ross, esa gran cantante que surgió en los 60 como integrante del grupo The Supremes, dio vida a Billie Holiday en el filme. La gran Billie Holiday, sólo actuo una vez en el cine en concreto en la película “Nueva Orleans” (1947), una película de Arthur Lubin, donde Louis Armstrong hace una presentación de los músicos: Kid Dry en trombón, Zutty Singleton en batería, el clarinetista Barney Bigard, Bud Scott en la guitarra y el pianista Charlie Beal, como director de orquesta, Woody Herman.

 

Pero si hay dos compositores que han llevado de manera sobresaliente el Jazz al cine son: Quincy Jones y Henry Mancini.


Quincy Jones, el magnífico compositor y arreglador, que fuera trompetista de monstruos como Gillespie, y gran amigo de Ray Charles, es uno de los hombres que más ha producido para bandas sonoras de películas y series de televisión. Inolvidable su trabajo para “Al calor de la noche” (1967) de Norman Jewinson, “A sangre fría”, de Richard Brooks, también es de ese año.“La Fuga” (1972) de Sam Peckinpah, y “El color púrpura” (1985) de Spielberg, son sus mejores trabajos.


Henry Mancini, compositor, pianista y arreglador, al igual que Quincy han realizado una gran producción para el cine.  Su primera oportunidad la tuvo para el filme de Orson Welles “Sed de mal” (1957) que fue su consagración por el ritmo excepcional, especialmente en el plano secuencia que da inicio a la película.  Su consagración definitiva con “La pantera rosa” de Blake Edwards. Su cuarta colaboración para este realizador fue para “Chantaje contra una mujer” (1962), acompañado por el ritmo de jazz vemos en el comienzo a Lee Remick conduciendo un auto descapotado en una autopista de San Francisco. Es de noche y las luces de la ciudad están clavadas en el fondo. Es extraordinario como la música en esta película, actúa como un recurso argumental. En 1982, junto al escritor y músico Paul Bowles, componen la música para una nueva versión de “El Zoo de Cristal”, dirigida por Paul Newman.

En definitiva, el Jazz y el Cine volvieron a reconciliarse gracias a grandísimos directores que no solo amaban el cine sino también el Jazz a partes iguales y que merecen que se escriba de ellos por separado en posteriores números de nuestra revista: Bertrand Tavernier con la magnifica producción “Round Midnight, (1986) o Clint Eastwood con su portentosa “Bird”(1988), Francis Ford Coppola con “Cotton Club” (1984) o ya más cerca Robert Altman con “Kansas city” (1996) y Woody Allen con “Acordes y Desacuerdos” (1999).

En España, ha sido el extraordinario cineasta, Fernando Trueba, quien ha apostado por esa relación mágica entre Jazz y Cine, rodando y estrenando en el año 2000, la película “Calle 54”, un excepcional retrato musical del jazz latino y su influencia en la música del jazz actual. Más recientemente dos leyendas del Jazz, el guitarrista Pat Metheny y el contrabajista Charlie Haden, compusieron la música de la película “Vivir es fácil con los ojos cerrados” (2013), escrita y dirigida por David Trueba, y donde Pat Metheny se llevó el Goya a la mejor música original.

Todos en mayor o menor medida devolvieron el prestigio y el rigor a esa difícil pero hermosa relación entre el cine y el Jazz.
 

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Ancla 1

Mercedes López Redondo

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